27 oct 2013

Ese momento

Ver y no entender. Escuchar y no poder creer. Pensar y no llegar a una conclusión. Cosas que nos pasan a algunos más que a otros. Muchas preguntas dando vueltas en tu cabeza y no saber qué decir, o si decir algo. Querer hablar con alguien y no saber con quién. Querer un momento de paz y no saber cómo encontrarlo.
Querer hacer algo y no saber cómo hacerlo. Estar en un mundo como en el que vivimos no es fácil, todo lo contrario. Pero cuando llegamos a ese momento donde sentimos que ya no podemos con esa situación; cuando llegamos a ese momento donde nos replanteamos muchas cosas en la vida; cuando llegamos a ese momento donde nada tiene sentido; cuando llegamos a ese momento donde no entendemos nada. Es cuando llegamos a ese momento, que sentimos que a pesar de que no tenemos fuerzas, es hora de que Dios nos las dé para sobrellevar cualquier situación por la que pasemos. Es cuando llegamos a ese momento, que  empezamos a dejar que Dios ordene nuestra mente para poder seguir adelante. Es cuando llegamos a ese momento que empezamos a encontrarle el sentido a las cosas que Dios ya tenía preparadas de antemano. Es cuando llegamos a ese momento que empezamos a entender todo, porque Dios nos abre los ojos para poder hacerlo.

Muchas veces nos encontramos en la vida con este tipo de cosas. Muchas veces nos vamos a preguntar el por qué de las cosas. El lado malo de todo esto es que la mayoría de las veces, no vamos a encontrar una respuesta exacta. El lado bueno es que no somos los únicos a los que les pasó esto. Es decir, podemos ver a lo largo de la historia en la biblia muchas personas que probablemente, por las circunstancias  en las que se encontraron,  se deben haber hecho estas preguntas. El primer ejemplo que se me viene a la mente es el de Pablo, a quien le había pasado de todo, incluyendo golpes, cárcel, azotes, etc. También podría nombrar a muchos otros como Esteban, Pedro, Isaías, Moisés, etc. Pero me gustaría hacer hincapié en David.

El fue un hombre que al principio era perseguido a muerte. Su vida constaba en huir siempre. Tenía solo un amigo, ya que el vivir en forma nómade no le ayudaba a su vida social. Su situación económica no debió haber sido muy buena. Pero bueno, ahí estaba el, hablando con Dios, al igual que cuando nosotros le hablamos, y entre la cantidad de preguntas que él podía hacerle, le hizo solo una:
“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra.” (Salmo 73:25)

Cuando nosotros estamos en medio de situaciones como las que explicamos al principio ¿Nos acercamos a Dios para descargarnos? Si es así ¿Qué le decimos? ¿Será que en algún momento reconocemos lo que es el, o será que solo le contamos todo como si él fuera el culpable de todo? Creo que todos tenemos problemas, algunos más que otros. Todos tenemos distintas clases de problemas, y reaccionamos distinto frente a ello. Pero hay algo que todos tenemos en común, y es a Dios. Ese mismo Dios del cual hablaba David es el que está esperando que le contemos acerca de nuestro día, acerca de nuestras preocupaciones. Ese mismo que le daba paz a David, es el mismo que nos la puede dar, si tan solo logramos entender que el tiene TODO bajo control.


Por Evelyn Delmastro

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