Amar a otros…uno simplemente se pregunta cómo puede ser
que Dios nos pida algo tan difícil. No es difícil amar a las personas que son
casi perfectas, que uno ve que son buenas, que te hacen bien, que simplemente
no tienen malas intenciones. No, no es difícil. No es difícil amar a quien está
a tu lado cuando todo va mal, pero si es difícil cuando se borra en tus peores
momentos. No es difícil amar a quien te alienta en todo momento, pero si es difícil
cuando te critica sin importarle tus sentimientos. No es difícil amar a una
persona perfecta, pero si es difícil amar al imperfecto, al que es un desastre.
Una noche, me fui a dormir como de costumbre, pero a la
madrugada, simplemente me desperté. Sin motivo alguno, algo me despertó, y
estaba más despierta que nunca. No sé muy bien cómo empezó todo, pero de algo
estoy segura…no fue un sueño, estaba muy despierta. Recuerdo que en un momento comencé
a ver como si pasaran una película de mi vida frente a mis ojos, reviví muchos
momentos, buenos y malos, con personas buenas y malas. Me vi a mi misma, vi
como actué yo frente a esas personas, con algunas puedo decir que actué muy
bien, con otras…todo lo contrario. No es que mi intención había sido actuar
mal, sino que simplemente las cosas salieron así. Reviví muchos momentos donde
mi vida se cruzó con personas que la sociedad catalogaría como “vidas
desastrosas”. En ese momento, me di cuenta que había conocido una variedad de
personas muy grande, todas ellas, muy distintas entre sí.
Luego de unos minutos, pasó algo que nunca me había
sucedido. Pude ver en los ojos de cada una de esas personas, a mi misma reflejada,
no solo físicamente, si no interiormente. Pude verme yo, como nunca antes me
había visto, pude ver que tan bajo había caído en ciertos momentos, pude ver
que tantas veces tropecé con la misma piedra, que tantas veces pude ser lo que
la sociedad llama “vida desastrosa”, todo eso y mucho mas pude ver. La sensación que uno tiene al darse cuenta de
eso, no se puede explicar con palabras, no se puede describir, pero se puede sentir,
y puedo afirmar que nunca me había sentido así.
De repente, en medio de mi decepción, ya no me vi a mí.
No estoy segura como era, pero sé que lo vi. En los ojos de las personas, comencé
a ver a Jesús. Sí, yo sé que lo vi, pero no recuerdo como era, pero sé que tan
solo verlo me inundaba una especie de asombro con temor, no sé por qué. Jesús,
ese reflejo que veía, comenzó a
pronunciar unas palabras, que las recuerdo como si me las estuviera diciendo
ahora: “Todas estas personas, son un desastre. Pero yo las amo. Vos, también
sos una de ellas, pero así como las amé a ellas, también te amo a vos”. En un
instante comencé a llorar, no de tristeza, si no de felicidad. Fue una
experiencia de otro mundo. Sí, yo era y sigo siendo un desastre, tengo muchos
errores, pero como dice en la biblia “Donde abundó el pecado, sobreabundó su
gracia” Esa fue la realidad que esa noche experimenté. No importaba que tanto
me hubiera equivocado, no importaba que tanto fallara, Dios me amaba igual, a
pesar de todo. Y ese amor que él me da a mí, es el mismo que le da día tras día
a todo el mundo. Y es ese mismo amor, el que nos pide que le demos a todos los
que nos rodean.
Puedo admitir que a partir de ese día, empecé a amar,
ya no como amaba antes, con un amor humano, que se basa en el tipo de persona
que amas, si no con un amor que se basa en aquel que recibo día a día de parte
de Dios, ese amor que sobrepasa todo entendimiento, ese amor que todo lo sufre,
todo lo espera, todo lo soporta.
Por Evelyn Delmastro
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