Así que he aprendido esta regla: aunque quiero hacer el bien, el
mal está ahí conmigo. En mi interior yo estoy de acuerdo con la ley
de Dios. Pero veo que aunque mi mente la acepta, en mi cuerpo hay
otra ley que lucha contra la ley de Dios. Esa
otra ley es la ley que impone el pecado. Esa
ley vive en mi cuerpo y me hace prisionero del pecado. ¡Eso es terrible! ¿Quién me salvará de este cuerpo que me
causa muerte? ¡Dios me salvará! Le doy gracias a él por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Así que mi intención es servir a la ley establecida por Dios,
pero con mi cuerpo actúo como esclavo de una ley establecida por el pecado.
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