13 nov 2011

Una huella en la Arena



El pescador solitario era un hombre de Dios. Un día tuvo la audacia de pedir al Señor un signo de su presencia y de su compañía:
Señor, hazme ver que tu siempre estas conmigo.
Dame el don de experimentar que me amas; y el gozo de saber que caminas conmigo…
Cuando reemprendía el camino que le conducía nuevamente a su casa, observó con asombro que junto a las huellas de sus pies descalzos había otras cercanas y visibles.
Mira le dijo el Señor, ahí tienes la prueba de que camino a tu lado. Esas pisadas tan cercanas a las tuyas son las huellas de mis pies. Tú no me has visto, pero yo caminaba a tu lado.
La alegría que tuvo fue inmensa. Pero no siempre fue así. Vinieron días de tormenta y de frío. Caminaba taciturno por la playa. Volvió sobre sus pasos y observó que, esta vez en la arena, sólo había huella de dos pies descalzos.
Señor, has caminado conmigo cuando estaba alegre. Ahora que el desánimo y el cansancio hacen mella en mi vida… me has dejado solo. ¿ Dónde estas ahora?
Amigo…, cuando estabas bien, yo caminaba a tu lado. Pudiste ver mis huellas en la arena…; ahora  que estas cansado y abatido, he preferido llevarte en mis brazos… las pisadas que ves en la arena son las mías marcadas por el peso de tu propio cansancio.

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