Jesús
nació en una aldea insignificante…
Creció
en un barrio sencillo y humilde...
Trabajó
hasta los treinta años en una carpintería...
No
fue a la universidad...
Nunca
tuvo un puesto de importancia...
Nunca
escribió un libro...
Nunca
puso sus pies en lo que consideraríamos una gran ciudad...
Nunca
viajó a más de trescientos kilómetros de su ciudad natal...
No
formó una familia...
No
hizo ninguna de las cosas que generalmente hacen los grandes personajes...
Durante
tres años fue predicador ambulante...
No
tuvo más credenciales que su propia persona...
La
opinión popular se puso en contra suya...
Sus
amigos huyeron...
Uno
de ellos incluso lo traicionó...
Fue
entregado a sus enemigos...
Tuvo
que soportar la farsa de un proceso judicial...
Lo
asesinaron clavándolo en una cruz, entre dos ladrones...
Mientras
agonizaba, los encargados de su ejecución se disputaron la única cosa que tenía
en propiedad: una túnica...
Lo
sepultaron en una tumba prestada, gracias a la compasión de un amigo...
Según
las normas sociales y humanas, su vida fue un fracaso total...
Pero
han pasado más de veinte siglos y hoy continua siendo la pieza central de la
historia humana.
No es
exagerado decir que aunque pusiéramos juntos todos los ejércitos, gobiernos,
sabios, parlamentos, reyes o autoridades de todos los tiempos, no serian
capaces de afectar tan poderosamente la existencia del ser humano sobre la
tierra, como lo ha hecho la sencilla vida de Jesús...
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