Si
alimentamos nuestra fe, las dudas que tengamos empezarán a pasar hambre hasta
que se mueran. Se dice que había un hombre que tenía dos perros que daban miedo
con solo mirarlos. Uno era un doberman y el otro un «manto negro» como los de
la policía. El doberman era atlético y rápido mientras que el manto negro era
grande como un burro. El hombre tenía a cada perro en un extremo diferente de
la casa para que no pelearan. En cierta oportunidad, un vecino le preguntó qué
sucedería si ambos perros se enfrentaban. ¿Cuál creía él que ganaría la
contienda? El hombre sin dudarlo respondió: «El que esté mejor alimentado».
Así
nos ocurre a nosotros. Tenemos la opción de darle de comer a la fe o a las
dudas. Alimentamos la fe cuando vamos a la iglesia, nos unimos con amigos
cristianos, hacemos preguntas en la congregación, leemos la Biblia y otros buenos
libros. Alimentamos las dudas cuando andamos con quien no debemos, faltamos a
la iglesia, escuchamos demasiado a personajes de los medios, nos rebelamos por
popularidad y no separamos un tiempo devocional. El problema es que siempre
llega la pelea de los perros y en esa ocasión ganará el que esté mejor
alimentado.
Por
Lucas Leys

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